jueves, 14 de abril de 2011

Narración Ficticia sobre José María Morelos y Pavón

Yo conocí a Teclo
Teclo, si ese era su verdadero nombre, así le decíamos los que le conocíamos desde pequeño. Me acuerdo perfectamente bien de aquel día, todo empezó durante la mañana de 30 de septiembre del año de Dios de 1765. Acompañe a mi madre a la misa dominical oficiada en la santa catedral de Valladolid.
            Después de misa salí acompañando a mi mamá y nos dedicamos a pasear; al pasar por el pórtico del convento de San Agustín, mi madre se dio cuenta de que las monjitas estaban muy alborotadas, y como a ella no le gusta el chisme, pues se acerco a ver.
            Cuando llegamos donde estaba el alboroto, enseguida notamos que una señora estaba sintiendo mucho dolor, mi mamá se acerco a preguntar si puede ayudar en algo y las monjitas le comentaron al unísono -¡Está dando a luz!-, a lo que mi madre contestó –Traedme telas limpias y agua caliente que soy partera-. Y de esa forma mi madre ayudo a nacer al siervo de la Nación don “José María Teclo Morelos Pérez y Pavón”.
            Después de un tiempo mi madre fue a visitar al recién nacido y se volvió muy amiga de la familia, yo jugaba con Juan de Dios y Lupita, que eran los hermanos mayores de Teclo y también estudiaba en la escuela de su abuelito el maestro José Antonio Pavón.
            Teclo era un niño muy inquieto, y siempre preguntaba el porqué de todo, pero todo cambio, pues un día después de una discusión muy fuerte su padre se fue de la casa familiar y a Teclo lo enviaron a trabajar con uno de sus tíos.
            No lo volví a ver hasta muchos años después, yo me convertí en el mejor barbero cirujano de la región. Un día cuando me dirigía a Curácuaro me encontré por el camino a Teclo y le pregunte:
-          ¿Cómo estas Teclo? Ya tiene mucho que no sabía de ti.
-          Estoy bien por la gracia del Señor, pero con una gran preocupación.
-          ¿Y cuál es esa preocupación que te tiene tan apurado?
-          Pues hoy me he encontrado con mi mentor Don Miguel Hidalgo y me ha encargado que yo continúe el movimiento de independencia en el sur de la Nueva España.

Después de mucho platicar por el camino, me expuso que se encontraba necesitado de gente de su total confianza para la tarea tan grande que le habían encomendado, a lo cual le dije que puede contar con mis servicios de barbero cirujano.

Desde ese instante y hasta el año de 1815 permanecí a su lado. Después de los 25 días que duro su juicio y encarcelamiento me mando a hablar y me pidió un gran favor: - “Cuida de mis hijos”.
Esa petición la cumplí hasta el último de mis días, gracias a que me hizo responsable de una parte de  su capellanía.

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